sábado, 10 de julio de 2010
THIRST o la sed de amor
En THIRST, del maestro coreano Park Chan Wook, la “sed” no es de sangre (como nos quiere hacer creer el distribuidor mexicano que la ha traducido como SED DE SANGRE), sino de amor (como diría el amado Mishima), ese sentimiento tabú que hace a sus personajes principales flagelarse sabiendo que andaban sin buscarse, pero sabiendo que andaban para encontrase, como diría Cortázar. Él es un sacerdote católico suicida que entra a un protocolo contra una enfermedad mortal -y sale de ella convertido en santo y vampiro; ella, una sádica adoptada que finge ser una esposa masoquista infeliz; y ambos, unos retorcidos moralistas que pierden la existencia y no pueden separarse tratando de entender sus nuevas identidades.
SED DE SANGRE no es una película de terror, sino otra incursion cinematográfica de Park, oscura y estilizadísima, a “l´amour fou”, ese de la Nouvelle Vague que tiene como punta de lanza las obras de Truffaut, Chabrol y Garrel. Y ese que su Old Boy se topaba en su camino a la redención imposible teniendo “Cinco días para vengarse” –y sin importar que fuera con su propia hija. Aquí ese amor loco toma formas retorcidas del mejor cine negro americano e impregna hediondo cualquier símbolo de romance (esa bota como zapatilla para una Cenicienta insomne) o posibilidad de vivencia doméstica con suegra adoptada (muda desesperada como la de “Nosotros los pobres” de Rodríguez) y reunión de parejas que acabará abriendo paso a la secuencia más feroz perpetrada por una pareja de asesinos que deja en transparente a cualquier “Profundo Carmesí” (Ripstein), en caricatura a los “Asesinos por Naturaleza” (Stone) y en estilistas a los asesinos gay de “Swoon” (Kalin), asumiéndose como dignos descendientes de “The Honeymoon Killers” (de Kastle).
SED DE SANGRE no es una película de vampiros, aún cuando la culpa que experimenta el protagonista es casi idéntica a la de Edward Cullen de la Saga Crepúsculo (Hardwicke et al); aunque el juego de seducción virginal culmine en un frenético y sexual intercambio de plasmas como en El Ansia (Scott); aunque la sed desbocada de la vampira nos recuerde a una vampirita llamada Claudia y la alimentación gracias a las almas pecadoras haga lo propio respecto a los animalitos de los que vivía Louis, ambos de Entrevista con el Vampiro (Jordan).
SED DE SANGRE es una película voraz, tremendista e inclasificable (a lo Ismael Rodríguez) que igual se mueve virtuosamente de uno a otro género cinematográfico, emulando por igual a los cuerpos en revuelta de Cronenberg que a los vampiros estilizados de Scott; a una Cenicienta oriental que acaba por revelarse Barbara Stanwyck en Pacto de Sangre (de Wilder); a la versión oscura de un Beetlejuice ahogable y sodomizable; a la versión sucia y decadente de Las estaciones de la vida; y al personaje masculino romántico del Drácula de Coppola, así como de Murnau y Herzog con sus lecturas del Nosferatu; mientras que el estelar femenino abreva de los vampiros sucios y decadentes de la mejor Bigelow con una sexualidad poderosa y explosiva digna de la increíble Breillat (“Romance X”, “Anatomía del infierno/ Esclava Sexual”).
SED DE SANGRE es una película sobre la ruptura de prejuicios como un enfrentamiento del cual sólo se sale librado a través de un erotismo violento, aunque poroso, que permite filtrar el pasado y el arrepentimiento; o a través de la permisividad que ofrece la confesión de los pecados y la anécdota inocente manipulada hipócritamente y a conveniencia.
Y Park Chan Wook es el cineasta que retrata el mal y la crueldad como un hijo de Saló, heredero visual de la imaginación sádica: la odisea de la tragedia humana transfigurada por unos personajes tan desbordados como fascinantes y una puesta en escena de la siguiente frase de Cioran: “¿Qué pecado has cometido para nacer, qué crimen para existir? Tu dolor, como tu destino, carece de motivo”.
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