martes, 13 de julio de 2010
CALAMARI UNION DE AKI KAURISMÄKI
La capital de Finlandia: diecisiete hombres llamados Frank y uno más que los dirige fuera del chato pueblo donde viven y a la liberación de humillaciones, maltrato e incomprensión en lo que denomina el director como “un éxodo hacia una vida mejor en Eira”, un lugar mágico en el mar, una Oz para estos grises obreros y burócratas. Para llegar a este lugar deberán recorrer una ruta de música, balazos y pleitos…
O lo que es lo mismo: absurdo, rock, anécdota breve, negra y enloquecida, paisajes vacíos, un trabajo fotográfico en blanco y negro al mejor estilo del cine negro americano, un rigor en las imágenes como de filme mudo, tono bajo, así como una distancia hacia los personajes y las situaciones que lo hermana con el mejor Jarmusch.
Dedicada a los fantasmas de los poetas franceses Charles Baudelaire, André Prevert y al belga Henri Michaux, Calamari Union, el tercer largometraje de Aki Kaurismaki, es otro de sus pequeños filmes de culto rodado en blanco y negro. Este fanatismo alrededor del filme ha generado los siguientes descubrimientos: que contiene en sus diálogos tanto referencias como porciones extraídas de los textos de Prevert; que el nombre de la película es ahora el de una banda española; que en el Internet se le liga como un extraño homenaje a Taxi driver de Scorsese; y que Kaurismaki mismo ha confesado que ésta es su única película filmada bajo los efectos (tanto positivos como negativos) del alcohol.
Pero Calamari Union es también una película con estructura de vía crucis sobre las nociones individuales y un tanto envenenadas de la amistad, una crítica hacia la vida vista como una escalera hacia un objetivo trascendente final por parte de personajes mediocres y/o marginados, y una burla salvaje contra la idealización frustrante de un lugar geográfico específico como si éste fuera una meca salvadora.
Además, y aunque no lo parezca, esta cinta tiene corazón: su ascendente cinematográfico está emparentado temáticamente –que no en tono ni género- a cineastas de la trascendencia como Robert Bresson y existe incluso un deseo del cineasta que lo emparenta con Frank Capra y sus agridulces filmes sobre la condición humana: “Siempre he tenido la secreta ambición de hacer películas en las que el espectador después de salir del cine se sienta un poco más feliz que cuando entró”.
Kaurismaki ha puesto un embrujo sobre los espectadores desde hace más de un cuarto de siglo y su cine se ha ido afinando hasta lograr el tocar vastas profundidades de nuestra alma con sus fábulas someras y sus personajes tan extraños como frágiles que navegan en el absurdo de nuestra existencia actual, buscando sin saberlo, -muchas veces encontrando incluso-, la razón de su vida –o al menos, su espejismo.
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