viernes, 9 de julio de 2010
SPIDER FOREST
De los tejidos de un cuerpo asesinado salvajemente, tasajeado hasta el punto de quedar como una papilla sanguinolenta, salen unas pequeñas arañitas que cual marabunta se han adueñado de ese ser hasta momificarlo. La confusión de estos animalitos es ciertamente terrible: cuenta una leyenda que el alma de las personas a las que nadie recuerda, el alma de las personas que no pertenecen, ni fueron amadas, termina por convertirse en araña.
Y ese es uno de los múltiples y deliciosos escalofríos que recorren el cuerpo del espectador al ver este formidable cuento fantástico coreano del director Il-gon Song. Una historia horrorífica en la que conviven por igual los fantasmas, los detectives, las leyendas urbanas, los asesinos seriales, los muertos que desconocen su propio status, las maldiciones circulares, la venganza, la fantasía, las leyendas, las memorias perdidas y el romanticismo descorazonado de una sociedad descreída y triste en una extraña y muy atractiva estructura narrativa que se abre y cierra frente a los ojos del espectador, tocando a cada secuencia un distinto estilo del cine fantástico oriental.
Inaugurada hace un par de años en la Ciudad de México por el primer FICCO y el estreno exitoso de “El aro” de Gore Verbinski, -remake americano de la película japonesa “Ringu” de Hideo Nakata-, la ola de cine oriental de terror y violencia tiene entre sus principales exponentes a Kiyoshi Kurosawa y sus reelaboraciones poéticas de la fantasmagoría apasionada como en “Bright future” ó la seducción devastadora y sin sentido del mal en su brillante “Cure”; al barroco refinadísimo de la crueldad gore coreana, el premiado en Cannes Park Chan-wook, director de la ganadora en Cannes “Old boy/ Cinco Días para Vengarse” y del tremendo cuento de actores asesinos de directores manipuladores mamilas en el filme “Tres… extremos”; y a Takashi Miike, un soberbio cineasta bizarro y sádico a decir basta que envenena con su sangre y retruécanos mil ya sea un relato romántico como el de “Audition”, una especie de western con antihéroes carismáticos de tan aberrantes como los de “Ichi the killer” o una película de maldiciones maternales vía teléfono celular como en “Una llamada perdida”. Y a este trío hace múltiples referencias Il-gon Song en su “Spider Forest”. A algunos les parecerá que se encuentra ahí también un homenaje a “Sexto sentido” de Shyamalan, pero en realidad es un tributo abierto a lo que los fanáticos del cine de terror oriental les ha dado por rebautizar como el primer filme de fantasmas japonés: “Los cuentos de la luna pálida de agosto” de Kenji Mizoguchi, misma que hasta hace poco sólo se le veía como una obra maestra japonesa del romance y la derrota heroica.
“Spider Forest” admite toda esta ascendencia debido a una estructura que ingresa en plano y al mismo nivel tanto el pasado como la especulación y los sueños (muy en la onda de “Mullholand Drive”, pero explicitando más la metafísica): así la triste historia romántica de un joven viudo en cuyo pasado se encuentra enterrada una historia maldita que tiende a repetirse aún contra su voluntad –una infidelidad que acaba de manera monstruosa- se convierte en una experiencia macabra filmada en una mezcla de planos abiertos, shocking close ups, paneos sinuosos y dollys sigilosos, como todas sus antecesoras.
¿Qué es lo que a este filme lo salva de ser una acumulación de clichés, referencias y pastiches para convertirse en un rico tejido de escalofríos? De entrada la elegancia formal de la puesta en cámara –que en las escenas del bosque a veces parece estar en la invisibilidad-, la naturalidad de las actuaciones y un diseño de producción espléndido. Pero a un nivel más profundo, es ciertamente el modo en el que el guión es capaz de ir desamblando a cada segundo la incredulidad del espectador fanático de los filmes de horror, tocando en su interior una serie de botones que lo ponen en contacto con sus emociones más ocultas y sus deseos sádicos más recónditos.
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