Un blog independiente por opinión, irreverente y apasionado, realista y soñador,
escrito por Arturo Castelán,
Fundador de Mix México: Festival de Diversidad Sexual en Cine y Video

martes, 13 de julio de 2010

LA GRAINE ET LE MULET DE ABDELLATIF KECHICHE


El realismo en la ficción, la búsqueda de registrar de la manera menos artificial posible los acontecimientos de una persona, su cultura y su país, ha encontrado en el cine francés, una serie de derivaciones canónicas que a su vez ha impactado sobre las cinematografías mundiales. Desde los inicios del cinematógrafo, la conversación sobre el realismo entre cineastas de distintas geografías ha generado movimientos, realizaciones y carreras, y en nuestros tiempos globalizantes, la aparición de un cineasta cosmopolita de mirada límpida que enfoca sus preocupaciones en subculturas ajenas a la mirada del cine comercial, es algo no sólo bienvenido sino, necesario. Ejemplo: Abdellatif Kechiche.

“No tengo la intención de reproducir bloques de realidad en bruto, sino más bien de reconstruir con mis artesanos, mis actores, un mundo nuestro, ficticio, aunque atravesado por momentos de emoción que le dan vida” nos dice este cineasta tunecino, quien ha realizado un par de filmes franceses (el más famoso La culpa es de Voltaire) con una recepción magnífica por parte de la crítica que ha encontrado en ella retratos de gran frescura sobre el fresco multicultural y multirracial que vivimos en la actualidad.

Le graine et le mulet, su filme más reciente y ganador del Premio del Jurado en la última Mostra de Venecia, arranca en el punto olvidable de una excursión por el Sena: el espacio específico donde se encuentran los pescadores del atún. Pero encima de ello vemos entretejerse un ligue entre el guía turístico y una pasajera, y de ese modo es que el filme arranca su línea narrativa enfocándose a la historia de Sillman -un hombre mayor y divorciado que pierde su empleo como técnico en una compañía pesquera, la crisis que esto genera en su familia y todos aquellos hacinados en su pequeño apartamento que huele a mar o a pescado, dependiendo del buen o mal humor de sus habitantes, y la búsqueda familiar del éxito a través de la inauguración de un restaurante en el interior de un barco-, situación anecdótica entretejida sobre escenas de una cotidianidad deliciosa con personajes francamente entrañables a través una puesta en cámara cercana al documental alrededor del París desconocido, una forma de realización en franco homenaje a la conjurada por el maestro Maurice Pialat.

El paso del filme es bello y extraordinario, como el de una fábula, pero la belleza y la osadía de Le graine et le mulet consiste en dejar la cámara correr frente algunas comunidades invisibilizadas o discriminadas por los sectores audiovisuales del neoliberalismo, sin afán paternalista alguno, sin “estereotipos insultantes” como el director remarca y a través de una sabiduría concisa respecto al uso del cine. En sus palabras: “ficción sin traicionar por ello la realidad” y para ello recurre a la mezcla de actores con no actores y una suerte de relatividad entre las puestas en cámara y de escena: “si el actor es sincero, lo de menos es si la cámara le encuadra exactamente como yo quería o no. “

Kechice retoma las historias de una Francia no vista en las postales: los barrios populares, los situaciones profesionales precarias, historias quizá de una esclavitud moderna, solo que vistas de un modo irónico pero no carente de buen humor y una gran fascinación por esculpir personajes multidimensionales y lejanos del estereotipo. “Los barrios humildes del extrarradio se han estigmatizado hasta tal punto que es casi un acto revolucionario situar en ellos una acción cualquiera que no trate de agresiones, drogas, mujeres violadas ni matrimonios forzados”.

Y al igual que los filmes de los grandes maestros franceses, se apelliden Pialat, Renoir o Rohmer, La graine et le mulet pertenece –y no sólo en sus aspectos narrativos- a un cine de humildad extraordinaria que privilegia la belleza de la verdad.

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