martes, 13 de julio de 2010
SHORTBUS
Nueva York no pertenece a este planeta, es un estado mental y de ese mimo modo, la cámara del filme “Shortbus” podrá navegar por su maqueta haciéndonos sentir el vértigo de la Gran Manzana. Sus sofisticados e hiperkinéticos habitantes –personificados aquí por unos más que osados actores- lo saben y por ello se reúnen en ese espacio geográfico para llevar a cabo sus utopías. Sin embargo, encallado en los Estados Unidos, fue el primer sitio en recibir la furia del terrorismo. En su estado de shock subsecuente y en la busca de una toma de conciencia sobre la vida y las relaciones es que se desarrolla “Shortbus”, el segundo largometraje de John Cameron Mitchell, una comedia erótica con grandes dosis de sexualidad explícita, concebida como “un pequeño acto de resistencia civil contra Bush y la actualidad de los Estados Unidos, con el que trato de recordarle a la audiencia los aspectos positivos de mí país y de Nueva York”.
“Shortbus” toma su nombre de un camión escolar específico que traslada a los niños con necesidades especiales… ¡Y qué necesidades revelan los protagonistas de éste filme! James vive en una depresión -atestiguada por su cámara de video y un vecino indiscreto- que lo hace probar la autofelación culpable, entre otras prácticas extremas con las que intenta inconscientemente de alejarse de su excesivamente adorable pareja Jaime –quien busca abrir su relación para incluir más amantes. Esto los hace asistir a sesiones con la terapeuta sexual anorgásmica Sophia -una mujer esforzadísima en complacer sexualmente a su marido, el pusilánime sobresexuado Rob- misma que en un acto impulsivo se reconoce con ellos, especialmente con la falta de comunicación que vive con su marido, lo que la lleva a visitar Shortbus, un antro de sexo donde habrá de experimentar distintas alternativas que la llevarán justo a los brazos de una dominatrix preocupada por perder su humanidad llamada Severine…
En este filme, con personajes muy similares pero en las antípodas del filme de culto “Amor y Restos Humanos” de Denys Arcand, se nos muestra como ensamble a un par de parejas urbanas y a una dominatrix feroz para reflexionar de nuevo sobre el terror al compromiso, a la ternura, al concepto de pareja –sea ésta homosexual o heterosexual- y a los juegos de poder que dañan y enferman cualquier posibilidad de amor.
La experiencia anterior en cine de Mitchell es una exitosa ópera prima llamada “Hedwig and the Angry Inch” (que en México sólo fue vista a través del Festival Mix), misma que narra una historia agridulce sobre transexualidad y conocimiento personal: un paradójico musical “feel good” protagonizado por el mismo director. Si bien aquí está sólo detrás de la cámara, es innegable un sello que auguramos llegará a consolidarse: el interés de Mitchell por encontrar la inocencia y -¿por qué no?- la asimilación incluso de unos personajes marginales en el mapa de la comedia humana, revelándolos tan básicos, sencillos y comunes como los demás.
Lo muy subrayable de “Shortbus” es que es un filme sobre sexo que desconfía de las metáforas y los dispositivos estéticos de un supuesto “erotismo” -concepto tan sobado como poco logrado por varios filmes. En “Shortbus” hay un director que no teme a la visualización del acto como tal, que no lo usa para conmocionar al espectador por los atisbos de fluidos y carne turgente y que sí logra que algunas de sus escenas sexuales funcionen como dispositivos narrativos eficaces (a diferencia de los filmes mediocres donde este tipo de escenas suele alimentar el morbo del espectador de una manera aburrida, estropeando de paso la acción y el ritmo de las tramas –como bien argumentó Hitchcock su queja sobre éstas). Atrévete a tomar este gozoso atajo que propone nuestro joven director, quien está obligando al cine americano a madurar en sus políticas de representación. ¿Lo logrará?
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