lunes, 19 de julio de 2010
SALÓ Ó LOS 120 DÍAS DE SODOMA
1975: justo en el año del estreno y el triunfo de la “manipulación mecánica” -que es como el novelista Gary Indiana se refiere al filme “Tiburón” de Steven Spielberg-, en Italia se rueda un filme maldito y de culto instantáneo: “Saló o los 120 días de Sodoma” de Pier Paolo Pasolini, una de las películas de las que más se ha escuchado y paradójicamente de las que menos se han visto en la historia del cine, pero cuidado, que ciertamente no es una película para todos. Audaz, atrevida, terrorífica, soberbia… cualquier adjetivo le viene pequeño y la controversia seguirá rodeándole por siempre. Este es un filme que cambia la forma de ver el cine y se vuelve indeleble, parte de nuestra existencia y hará que nunca olvidemos el lugar donde lo vimos por vez primera y todas nuestras reacciones.
El aroma a azufre que lo rodea tiene que ver de manera evidente con el material literario del que se inspira: el libro del Marqués de Sade, un catálogo bizarro en que se enlista una serie de acciones sexuales violentadas hasta perder su condición “natural” y convertirse en actos abyectos y funestos, en el cual la obscenidad no se basa tanto en las descripciones, sino en la acumulación de las mismas –como bien señala Roland Barthes- que es lo que acaba por volverlo un libro delirante y aterrador.
La misma fama de Pasolini como intelectual de izquierdas y homosexual provocador en una Italia aún regida por leyes impuestas por el dictador Musolini, hizo también que este proyecto al filmarse estuviera en la mira de los rivales políticos de la época y que incluso llegaran a temerse atentados contra la filmación del mismo. (De hecho Pasolini fue asesinado escandalosamente antes de terminar la edición de este filme: su muerte a manos de un prostituto unida a la probabilidad de que el mismo fuera enviado por parte de sus enemigos políticos son teorías imposibles de comprobar, pero que siempre han ido de la mano y que en su momento estuvieron por detener el estreno del filme).
Pasolini, antes de filmar “Saló”, escribió que estaba completamente desilusionado respecto a la perdida inocencia sexual de las clases bajas, mismas a las que había defendido a ultranza y puesto como ejemplos utópicos de felicidad en sus “Trilogía de la vida” en la que el sexo –en todas sus variantes- se abordaba a través de una picaresca desprejuiciada, gozosa y totalmente ajena (al menos así lo creía) de las manipulaciones del capitalismo.
Convencido de que el mercado se había apropiado de la sexualidad, decide arremeter contra éste a través del arma más potente –el cine- con una película feroz, en la que a través de la metáfora, habría de criticar lo que él más odiaba: la objetificación del ser humano, mostrándola cuan desgarradora y asquerosa como ningún otro filme lo ha logrado antes. Porque en Saló, los jóvenes son víctimas de un secuestro institucionalizado por un ejército de libertinos que habrán de volverlos carne abyecta y dolorosa, abstracta, violada, carne de muerte. Y el proceso nos será revelado en una estructura que habrá de volverse cada vez más y más violenta –a todos los niveles.
Para su adaptación cinematográfica, Pasolini –ya instalado en creador del cine de poesía y reverenciado por sus filmes enloquecidos, hermosos y perversos polimorfos en los que utiliza principalmente no actores bajo estéticas pictóricas provenientes del renacentismo italiano– recurre a la figura del fascismo para sustituir a la rancia aristocracia que Sade denostaba y a una atrevidísima estrategia de dirección que es la de crear personajes extremos en los que la profundidad sicológica que requerirían sus actos era sustituida por el discurso del mal y la abyección –eso en el caso de los secuestradores de los jóvenes-, mientras que las víctimas son negadas de una personalidad individual y son tratados como masa.
Artísticamente Pasolini sale victorioso de este filme, mientras que a nivel político se ha argumentado muchísimo en contra, pero lo cierto es que “Saló” es un garbanzo de a libra, un filme que se antoja imposible de hacer en esta época -o en un futuro cercano-, una obra tan peligrosa como seductora, un sujeto de arte imposible de cosificar y una prueba total del poder del cine para escarbar en los lugares más recónditos del alma humana para salir de ese viaje con monstruos perfectos que habrán de llevarnos al límite –como cinéfilos y cómplices también.
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