martes, 13 de julio de 2010
MILKY WAY DE BENEDEK FLIEGAUF
¿Qué? La Eternidad. Un filme psicodélico es aquel que estimula de manera intensa las potencias psíquicas. Raro, extravagante, fuera de la normal, es un tipo de filme que nos lleva a otro lugar. No a través de lo que nos cuenta y entendemos, sino a través de lo que percibimos, de esas puertas interiores que rara vez abrimos al dejarnos absorber por un espectáculo, y que son las que este inquietante filme requiere.
Benedek Fliegauf es un joven director húngaro que en esta, su tercera aventura cinematográfica, Milky Way, ha decidido llevarnos a nuevas perspectivas visuales y retar así a nuestra mirada ofreciéndonos fragmentos de vida en tiempo real desde una perspectiva llevada aquí a sus límites mediante lo que él mismo llama el “punto de vista orbital”, algo así como imaginamos la mirada de Dios sobre las cosas: una pantalla de cine que nos muestra todo paisaje, enorme y a escala, lo que nos permite observar la actividad humana tan lejana como enigmática, absurda y fascinante.
Su filme ha sido definido como sicodélico por la influencia que el director ha dicho tener de las piezas musicales de Brian Eno y Erik Satie: piezas atmosféricas que generan un estado de animo y como si fueran tracks de un solo disco cinematográfico, son diez escenarios distintos, minimalistas y vistos con cámara fija, en los que a través de atmósferas inquietantes, nos da la impresión de que cada vez que arranca un plano, se pone también en marcha el mundo.
De manera similar que con “La Bas”, el filme más reciente de Chantal Akerman, la mirada del espectador rechazará al principio la visión de que ocurre nada, para luego encontrar en el registro visual una posibilidad narrativa que nos lleva a los laberintos que propone una imagen precisa, siempre absortos por el espectáculo de la belleza y el el diseño de sonido aquí habrá de trascender la mera ambientación para establecer pistas también narrativas que participarán en nuestra elaboración de lo que –posiblemente- esté sucediendo.
Los puntos de luz –los planetas- en esta Vía Láctea son aquí una serie elegantísima de planos cinematográficos frontales de una belleza plástica asombrosa en los que la acción de los humanos –pues aunque hay un reparto, no hay otro modo posible de caracterizar a los personajes de este filme- se muestran en pequeñas situaciones –quizá ordinarias, divinas, mitológicas, hiperrealistas- que contrastan con la magnificencia del paisaje: estas son situaciones que se resuelven a la vez dentro y fuera de cámara, emulando momentáneamente y por igual ya sea los primeros registros de los Lumiére, la comedia sofisticada de Jacques Tati, los registros de las Chelsea Girls de Warhol ó, de manera más reciente, la puesta en escena de Iosselani.
Pero Milky Way es un filme absorbente y repleto de misterios, stanzas de un viaje por la humanidad y aquellos actos desprovistos de intelecto, pero llenos siempre de instinto. Es el director quien nos introduce a él de este modo: Milky Way es “un amplio catálogo que ofrece su opinión orbital que nos permite ver cómo es realmente el lugar donde vivimos: un planeta en un espacio infinito. En la película no hay ciudades, ni campo, ni conflictos, sino la biosfera, paisajes intemporales y estos seres extraños y misteriosos que viven en nosotros: nosotros mismos”.
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