(Fragmento de Invertido; quien ahora se hace cargo del hombre seropositivo que conoció en los baños Torrenueva, que le recuerda al Cristo de Pasolini)
Hubo un momento específico en el que mi cuerpo dejó de luchar. Toda la resistencia se había quebrado en mil trozos y mi cuerpo empezó a desbaratarse en el interior. Cada vez que escucho el ruido que hace una canica al deslizarse por la madera de algún juego de feria, un soplo me cosquillea por la nuca. El recuerdo del dolor y de su sonido no me aterran más. De niño le tienía miedo a las inyecciones. Ahora estoy dispuesto a soportar una muerte dolorosa. Su alivio...
Otro ruido que ya no me asusta es el de otros pasos quebrando ramas tras de mí cuando paseo por ese parque en el que anualmente se instala la feria de la iglesia. El parque por el que tengo que pasar para llegar a mi edificio y por el que siempre me dijeron no me metiera solo para que no me asaltaran. El mismo por el que sabía debía entrar si no quería pasar la noche a solas. Sí, a veces no se puede ligar, las reglas de la atracción no son asumidas y paso la noche acompañado con la justicia que hace mi mano. Pero la más de las veces, los ojos furtivos que aterraban a Blanca Nieves en el bosque de la película no se vuelven animalitos amistosos que se te acercan para cantar y mostrarte una morada donde pasar la noche con siete enanos sin líbido. La más de las veces, los ojos de caricatura se transforman en las púpilas dilatadas por la testosterona de algún hombre al acecho que huele a entrepierna y mezclilla.
Los pasos. El hombre me sigue y siento clavada la aguja de cada pupila suya en mi trasero. ¿Por qué estos hombres no se dan la vuelta? ¿Es secreto su sabor? ¿Por que debo empapar sus nalgas de saliva sin que mi lengua siga la dirección deseada? En otra vida mi boca fue papel higiénico.
A mi derecha, otro hombre se soba el bulto de kleenex. A la izquierda una mano me jala del brazo y al mismo tiempo que la leche hervida se me viene al cuerpo -el temor arde tanto o más que el golpe de una cuchara de madera sobre tus nalgas-. Los tres hombres me empiezan a golpear. El que me jala el cabello babea sobre mí y me obliga a tragar tierra con pasto seco que luego empieza a enredarse en los cristales de mis lentes intentando coserlos. El otro me esculca las nalgas y se lleva mi cartera antes de bajarme el pantalón. Mientras el otro ya está montado sobre mi espalda. Cuando el primero intenta robarme el cuero cabelludo, temo que mi espalda se rompa con el peso del que está montado encima de mí. Ese hombre pesa mucho y tiene piernas de cascanueces. Al tronarme una costilla no puedo reconocer que el dolor pertenezca a mi cuerpo. Tampoco reconozco esa punzada en mi culo que había dominado años ha.
La adrenalina te hace virgen otra vez. El dedo que te introducen para violarte es el mismo, largo y tembloroso, de ese sacerdote que intentaba exorcizarte por la entrada de los infiernos. En efecto, el trinche de Satanás entró de nuevo por ahí, la misma uña rasgándote los tejidos. El placer desmadejado es ahora una bola concreta de estambre a la que se introducirá una aguja de coser. De esas que sirven para clavar en el cuello también.
Ni un alma en el parque. La mía observó de lejos y sin participar, el momento en el que mi primer violador sacó el arma llena de sangre. Un ano rajado por cuchillo es menos difícil de penetrar. Venganza: mis esfínteres no lo exprimieron hasta hacerlo eyacular.
El otro me hizo tragar un trozo de piscina: le gustaba la piel suave y las cerdas de mi lengua le incomodaban el glande descubierto. El agua congelada de mis lentes rotos sirvió para sus propósitos. Mis papilas se le pegaron al cuero de la chamarra. Sabían bien que a su dueño le encantaba lamer zapatos u botas.
¿Te han dejado tuerto con el glande? ¿Han dejado escapar tus bolas al abrirte el escroto de un navajazo? ¿Has sido objeto de exploración? ¿Esqueleto en la clase de anatomía? Entonces no tenemos nada de que hablar. Tú no eres para mí ni soy yo para tí. Estoy harto de tener estos sueños atrasados cada que me cabeza golpea la ventana del metro en mi camino al trabajo. No me dejas dormir. El insomnio que me provoca el saberte feliz a mi lado está por matarme. Déjame en paz. Ya no te puedo querer porque no te merezco. Ser positivo es perder el ojo que te vio primero, perder el sabor de la cajeta que me regalas, no tener fuerza de penetrarte, ardor de ano: tantas diarreas. Y miedo. Miedo de estar sobre la tierra, el mundo encima de ti. No puedo darte mas que insomnio. Pero no me dejes.
Eres la pesadilla que me tiene atado a la vida.
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