
Esta es una carta de amor a la Ciudad Luz, por ende la Ciudad Cine. Y es que uno se contagia del ánimo espléndido con que Woody Allen decidió abordar la historia de un guionista neurótico a punto de casarse con una mujer con la que sólo comparte naderías y que debe descubrir el significado del amor en una especie de francofilia (una bastante villamelona en la que se siente a gusto y maravilloso entre los americanos que se hicieron grandes en París y los artistas de la Belle Epoque) que deberá modificar su vida.
Para ello, Allen abandona el amor crítico que siente por su Nueva York maravillosa, la indolencia placentera por España, la ironía con la que trata a Inglaterra y vuelve a ese amor rosa que siente por París y que hizo volar ya a Goldie Hawn en una de sus películas, al borde del Sena.
De nuevo París hace que Allen musite: “Todos dicen que te amo” y se desata en “Medianoche en París” con un Owen Wilson que se mimetiza con el Woody joven, añadiéndole un patos y unas altas en el ánimo que nos regresa en pantalla a un Woody de tintes bipolares fascinado en sus noches mágicas con las locuras de su encuentro con sus héroes literarios (Hemingway, Stein, Fitzgerald, Barnes) y sus mujeres intrigantes (unas esplendorosas Marion Cotillard y Léa Seydoux –quien nos regresa a la adolescente enamorada de “Manhattan” Mariel Hemingway en lo que leo quizá de manera impostada como un homenaje) en oposición a las arpías americanas y corrientes (con Rachel McAdams al frente) que ni Henry James pudo criticar con semejante insidia e insolencia.
Medianoche en París es “Un tropiezo llamado amor” para turistas accidentales que habrán de encontrar su verdad romántica en la ciudad más hermosa del mundo (sólo sin el distanciamiento crítico de Kasdan). Y es también un canto sereno de vejez al esplendor del amor, el enamoramiento y las posibilidades enajenadas del sueño.
Pero escuchar a Carla Bruni hablar sobre la pedantería de un seudo crítico de arte (Martin Sheen, antes Tony Blair en “La reina”) o a Wilson burlarse de la extrema derecha tildándolos de no menos de idiotas, nos otorga un cierto placer maligno que va más allá de la diplomacia y la mejor ironía que rodea el amor a la Francia.
PRECIO DEL BOLETO: 50 pesos
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