miércoles, 27 de octubre de 2010
ATMÓSFERA O LO EVANESCENTE
Los personajes son un solo trazo que poco a poco van diferenciándose del blanco y negro a través de un gesto o un movimiento. Dos de ellos son hombres, morenos, que al principio parecen ser el mismo pero que luego se dividen: uno es acariciado por la cámara mientras se ejercita en un acto de vanidad similar al Gigoló y al Psicópata Americanos ambos (Schrader y Harron respectivamente); al otro, lo aprieta un pantalón rojo que sólo le permite moverse a través de una patineta. La mujer –una especie de Aeon Flux tropicalizada y más hermosa- logra estar completa en el cuadro moviéndose al ras del piso, donde está colocada la cámara para ella, tan incómoda como estilizadamente. La situación que les aplasta es guiada por una voz que a través de micrófonos nos indica la aparente gravedad de una situación que impide ser tocados por el sol. La conclusión será la rebeldía, la libertad, la desnudez, la confusión de cuerpos en el mar, en reverberación al tema de la canción francesa que emite Mona Bell con su voz poderosa.
Con ello, con estos pequeños minutos y guión de autoría de la joven promesa Ulises Pérez Mancilla –quizá su gran colaborador en la narrativa y aquel que le baja de su romanticismo exacerbado para traerlo al suelo de la corrupción infantil (como en su cortometraje Linternita, desbaratado para su emisión televisiva en una campaña del gobierno contra la corrupción) y que ahora le muestra imposible el resguardo del cuerpo y su sensualidad ante los mandatos y el poder de la naturaleza (algo en oposición a la extraordinaria Rabioso sol, rabioso cielo)-, Atmósfera, el nuevo cortometraje de Julián Hernández, aparece como un cierre a sus medios y largometrajes de largo título y duraciones extremas y al porno antierótico para rescatar las funciones míticas del relato sin subrayarlo, optar por el efluvio sensual en vez de la neurosis romántica, necear con la figura femenina irrelevante -pero que ahora sí transmite belleza-, no ceder ante el anecdotismo del guión clásico, y quizá dirigirse a la sustancia del personaje –algo que quizá no acaba de cuajar ante el enigma que plantea este triángulo de personajes que parece algo caprichosa, hermosa e inexplicada.
Realizada de una manera económica y apurada (forma parte de un concurso de cortometrajes que –inexplicablemente- se deben realizar en 24 horas), el manejo de cámara de Hernández con fotografía del maestro Alejandro Cantú, sigue sin dejar duda de que es el realizador mexicano que mejor sabe utilizarla. Maestro del blanco y negro, en los efectos de post-producción de “Atmósfera” es que aparece su lucha constante con el color -mismo que se encuentra en su mejor estado cuando dialoga con el cine oriental, como en “El cielo dividido” o “Vago rumor de mares en zozobra”. Pues a veces es uno poroso como piedra musgosa –a lo “Rabioso…”- o un estallido a pincelazos que nos remite a los efectos visuales de los ochenta –como en los primeros minutos de este filme. Pero aquí en "Atmósfera", el triunfo llega al final con esos colores más cercanos a Sorolla que a los documentales de los surferos californianos. El beso del sol sobre la piel de los actores, es también un beso de adiós a las intentonas y un beso de bienvenida a la serenidad formal. Ahora debe buscar la consecución de una magnífica narrativa –a la que se está acercando como he comentado en renglones anteriores- que se encuentre a la altura de su propuesta visual (laureada en el extranjero y ninguneada aquí para vergüenza de nuestro país, pero inolvidable y apasionante para sus múltiples fans y detractores).
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