lunes, 11 de julio de 2011
EL ÚLTIMO SÁBADO DE JUNIO DETRÁS DE LOS SILLONES
Como diría el gran escritor mexicano Luis Zapata, ésta es “La Historia de Siempre”, pero entre esta última novela publicada por el ícono gay de la literatura homosexual mexicana y la obra de teatro “El último sábado de junio” del dramaturgo Jonathan Tollins, hay una distancia enorme, aún cuando ambas tocan sus respectivas anécdotas de manera posmoderna –esto es, a través del destripamiento crítico de las estructuras de una narración sobre la mentira, la infidelidad y los amigos.
El día de la Marcha Gay vista por una pareja homosexual de ideas opuestas respecto a la misma que viven plena Zona Rosa, ven pasar al destino -disfrazado de asesino- desfilar en su departamento a varios amigos suyos al borde de un ataque de nervios que muestra la esterotipia de los gays ochenteros pretendiéndose frescos en pleno siglo XXI. Una indiscreción desata problemas y genera tanto nuevas parejas como rupturas avistadas desde los primeros cinco minutos de empezada la obra.
Un texto regañón como los peores capítulos de Queer as Folk versión americana (para la que el dramaturgo realizó unos capítulos) con varios problemas de traducción (hasta parece que usaron una versión española del texto y de ejemplo sólo preguntémonos: ¿en este país que chavito o maduro le dice “mariliendre” a su amiga jotera o “Bubble butt” a un súper trasero?), pero trabajos actorales que tenderán algunos a solidificarse o a volverse cada vez más rupestres.
El proceso de deconstrucción es un reto para el director pero no logra convertirse en una ironía efectiva (elemento fundamental de este tipo de obras gay a lo Chicos de la banda) y simplemente se vuelve reiterativo y farragoso –justo lo opuesto de lo que lograría una dirección más sólida. El humor es sardónico –uno trata realmente de engancharse con los malos chistes o con el esfuerzo de los actores (limitados pero esforzados) por levantar las escenas- pero a la larga se cansa uno de mantener una sonrisa falsa durante la función. La luz es plana, la puesta en escena es elemental y contiene en ella uno de los errores más atroces: ¿a quien se le ocurre montar más de la mitad de una obra detrás de unos sillones? Por patrocinados que éstos sean, los sillones deben jugar de manera orgánica con la historia y los actores y no encima de ellos.
Esforzados todos, notables sólo Héctor Berzunza, Alberto Garmassi y Francisco Rubio. Un reparto tan entregado y un texto así, con todo y lo reaccionario y lugarcomunesco que acabe resultando, merecería en nuestro páramo teatral un mejor acabado, un análisis más sólido y una propuesta estética cumplidora. Apenas arrancan y se les desea lo mejor: el teatro es un animal vivo que se puede adiestrar y mejorar…
Precio del boleto: 112 pesos
Valor real: 40 pesos.
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