Un blog independiente por opinión, irreverente y apasionado, realista y soñador,
escrito por Arturo Castelán,
Fundador de Mix México: Festival de Diversidad Sexual en Cine y Video

miércoles, 2 de febrero de 2011

LOS OJOS DE JULIA Y LA CONDICIÓN DE ESTRELLA


El cine está formado de luz y oscuridad. Como un sueño, una pesadilla, una ilusión y una mentira. En “Los Ojos de Julia” el lenguaje cinematográfico está puesto al servicio de la emoción inmediata, el suspenso y, extrañamente en la última media hora, de una crueldad inusitada y retorcida que nos recuerda al mejor William Wyler –en “El coleccionista”-, con un par de secuencias del joven Dario Argento y su cámara en primera persona obsequiada al asesino.


Ópera prima prístina del cineasta español Guillem Morales, se diría que “Los Ojos de Julia” abreva de filmes extraordinarios como “Espera la oscuridad” de Terence Young o “Terror Ciego” del maestro Richard Fleischer, en las que Audrey Hepburn y Mia Farrow, respectivamente, se enfrentaban a asesinos despiadados con el impedimento de la ceguera. Aquí nuestra Julia del título es la sensacional Belén Rueda (“El orfanato”, “El mal ajeno”), una excelente interprete española, alta, rubia, de piel dorada, cabello rubio, cuerpo formidable y porte extraordinario que pareciera modelado en esa actriz norteamericana que caminaba con sus altos tacones como un pájaro siniestro de la urbe en “Los pájaros” de Hitchcock o viendo rojo poseída por el furor sexual que la llevaba al robo en “Marnie”. Sí, pareciera que Tippi Heddren la poseyera en varias escenas, pero pensemos en ambas como si fueran el par de cisnes que Aronofsky no pudo cuajar en su inflada “El cisne negro”.



Sí. La película es Belén Rueda y por ella podemos tragarnos algunas veleidades del guión, deslices que ponen en jaque la credibilidad de un argumento tan disparatado como entretenido con una puesta en escena que se corresponde a la puesta en cámara como si de un ballet se tratara: perder o no la vista, observador y observado, cámara a la altura de la mujer enceguecida escondiendo a los otros intérpretes, la osadía de irse a negros y guiarnos por el sonido obligándonos a ver lo que no existe en pantalla, falsos stills creados por flashes como si fueran guillotinas, algo de perversión erótica y voyeurística, de gore, de visiones de seres carentes de un sentido pero dotados de algo bizarro a lo “Corazón de la noche” de Hermosillo con guión de José de la Colina.


Ver a la Rueda corriendo tras el asesino con un celular en la mano mientras se van prendiendo las luces de un sótano que se va haciendo cada vez más tenebroso; como cae sobre las aceras bajo un chaparrón para ser ayudada rápidamente por otros transeúntes en paraguas; observar como su chongo va deshaciéndose en gajos que enmarcan su rostro mientras la desesperación la invade; o sentirla toda labios cuando sus ojos se ocultan tras un pesado vendaje, son sólo unos momentos con los que nos obsequia este animal cinematográfico increíble. Toda una estrella que eclipsa a cualquier intérprete que carezca de la habilidad de moldearse a través de la luz del otro. (como lo logra aquí unos extraordinarios Pablo Derqui o Joan Dalmau, y como no lo puede ni siquiera intentar un plano y repetido Lluis Homar).

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