No invitado a la fiesta destrampada y exclusiva ofrecida por los alumnos más poderosos de Harvard, Mark Zuckerberg es un chico universitario que está cenando con su novia a la vez que, y a la defensiva, conversa sobre la importancia de pertenecer a un grupo social de poder y los cientos de bemoles necesarios para ello, entre ellos clase (inaccesible para él por su raza), dinero (irrelevante para los que han nacido con él), sexo (el cuerpo de los remeros inaccesible para un nerd) y rituales de género (la importancia de una novia que cumpla las funciones sociales necesarias). De la neurosis a la exigencia al insulto, en cuestión de minutos totalmente dibujado el personaje principal. La cena termina con la ruptura de la relación y la frustración enfermiza de Mark, quien se deshará de ella de una forma maquiavélica y misógina: el insulto a través del blog, la manipulación de los datos de las alumnas del colegio y la creación de un programa en el que son calificadas por su belleza. La cantidad de entradas al mismo es enorme y ocurre en poco tiempo, provocando la caída del sistema universitario y el posterior juicio interno que pone al ansioso Jason en la mira de los poderosos jóvenes que le ofrecen poner en marcha una idea exclusiva, macabramente similar a la del Facebook…
De juicio en juicio, de fábula traicionera financiera en fábula traicionera financiera, el nuevo filme de grandioso –a veces grandilocuente- David Fincher, indaga en el gran misterio de la creación de Facebook. Juicio aparte, se desconoce bien a bien quién fue el dueño de la idea, si la adaptación de un plan genera necesariamente algo original, la razón de muchas traiciones, cual fue la participación del fundador de Napster en la traición laboral y amistosa de los fundadores del FB y el por qué de su enigmática salida. Lo que es claro en el filme son los estados emocionales de envidia, desempoderamiento, la obsesión por la fama, la lujuria por el poder y la necesidad de pertenecer a un grupo, convertidos en monstruos abominables que contaminan y forman parte del nacimiento de la red social más cool y poderosa del mundo.
¿Quién mejor que David Fincher para trasladar al cine esta historia que el creador de laberintos apocalípticos que nos llevan al sacrificio (como en Alien 3), de los seres destinados a perderlo todo por un momento de falsa gloria suspendida, sin final (como en Bad Girl, Zodiaco), de las fábulas de la lealtad viril traicionada (como en The Fight Club), de los desencuentros necesarios (como Benjamin Button) del pánico a la traición y el horror al vacío (La habitación del pánico, Se7en)? Todos sus temas anteriores confluyen como clave temática de la seguramente oscareada La Red Social, con guión soberbio, un reparto bien dirigido y una puesta en escena destemplada que muchas veces adapta con la fotografía, una apariencia fuliginosa, contrastada, o de luces tenues similares a los videos subidos en YouTube, añadiéndose a ello la cámara Fincher heredada de Hitchcock: esa que traspasa paredes y ventanas en un plano (falseado) sin cortes, esa que traspasa traiciones y sorpresas en momentos emocionales jamás edulcorados.
Tres fábulas desencantadas aparecen en el filme: la del creador de Victoria´s Secret quien generó el concepto para comprarle brassieres a su mujer sin sentirse pervertido, lo vendió en una baba y se suicidó al darse cuenta de su error multimillonario; la del tipo de Napster quien aún perdiendo legalmente, ganó al dejar desensamblada y maltrecha a nuestra actual industria discográfica; la misma del Facebook que asemeja a una guerra en la que no quedan rehenes en su camino al primer millón de usuarios. Dicen algunos directores que una forma de conmover al espectador es narrar sus ficciones de manera mitológica: aquí la mitología se desprende de la realidad, la cual es una verdadera Furia de Titanes y no la mamada que se estrenó el año pasado bajo el mismo nombre.
La codicia dejó de ser sexy para Oliver Stone, quien claudicó este año con Wall Street 2: El dinero nunca duerme, pero Fincher ahora ahonda con gusto de realizador sabio (a lo Lumet, Pakula o Pollack), en esta nueva modalidad: quizá ahora la riqueza y sus círculos de poder sean más asequibles –o fáciles de quebrar- para cualquier naco-nerd, pero la avaricia sigue arrastrando almas puras, brillantes -e imbéciles también- que esperan sentados frente a su computadora para ser agregados como amigos en una página de Facebook.
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